viernes, 18 de diciembre de 2009

Maldito


Los antiguos romanos escribían sobre plomo sus maldiciones. Invocaban a Saturno y enterraban en el lodo sus misivas. Como un boxeador malherido y desdentado, como un diablo al que le han hecho una libreta en la cara, así recordamos al último Berlusconi a quien, últimamente, todo le sale mal. Su mujer se divorcia, la Iglesia le niega, la justicia le persigue, la mafia le desprecia y los gazzeteros de La Republica le acorralan como buitres ávidos de carne podrida.
La bota que pisa el Mediterráneo está gobernada por mamachichos y fascistas que sucumbieron a los encantos de un muñeco de cera. Pero ahora Berlusconi viste traje de preso en la casa del odio: es un hombre maldito. Sin embargo, no ha sido una maldición pero sí un loco, quien ha retocado el rostro de Il Cavaliere. Quizá sea necesario el ataque de un perturbado para reconocer el verdadero rostro de otro, aquel que ha enterrado la política en el cementerio romano de los poetas y convertido el Quirinal en un plató de televisión regido por los índices de audiencia. Dice Jodorovsky que todos tenemos un loco dentro, un ser capaz de perder el hilo que le une a la razón y desconectarse del mundo de la cordura. Asegura que un loco es un tipo incapaz de convivir con los demás en el surco del sistema. Después de esto, ya sabemos quién es en Italia el loco.
A Berlusconi lo tenemos fichado desde 1994, año en el que entra definitivamente en la política, cuando la vieja clase dirigente se disuelve bajo el empuje de Manos Limpias y el personal enloquece con el Milan, Tassoti y todo lo nuevo. Y todo lo nuevo, que realmente ya era entonces bastante viejo, es Berlusconi, uno de los más beneficiados por el antiguo régimen. Para conquistar a los italianos, Il Cavaliere sólo necesitó un equipo de fútbol que ganara ligas, rodearse de cámaras y, sobre todo, manejar un lenguaje alejado del discurso político habitual que, como todo fascismo, simplemente camufla la nada. Decía el periodista Indro Montanelli que Belusconi era «un Gran Gatsby a la italiana, sin tragedia y sin suicidio» y con todo el espectáculo de la televisión, abría que añadir, donde todo es creíble porque todo es una farsa.
Hasta ahora, el italiano concebía su país como una gran audiencia. Después lo ha intentado con Europa, presentando a veinticinco jais de revista a las últimas elecciones europeas, pero de ahí sólo ha conseguido un culebrón escrito por un pésimo guionista y un divorcio a la italiana. La vieja izquierda, desde Prodi a D´Alema, pasando por Bertinotti, no ha sido capaz de gobernar desde la razón, el interés práctico y el socialismo. O sea, que los italianos no quieren saber nada de política. O es que la política, tal y como cree Berlusconi, es también otra mentira insostenible que, como todas las mentiras insostenibles, es la que mejor se sostiene para que el viejo Cavaliere siga siendo presidente.

2 comentarios:

Alfonso Piñeiro dijo...

Joder, magnífico post don Víctor. Muy bien contado todo. Enhorabuena

Anónimo dijo...
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