lunes, 4 de mayo de 2009

Las mamachichi de Berlusconi


Silvio Berlusconi se divorcia. A Berlusconi, últimamente, le sale todo mal. En la práctica, ha enterrado la política y ha convertido el palacio del Quirinal en un plató de televisión que se rige por los índices de audiencia. La bota que pisa el Mediterraneo está gobernada por mamachichos y un muñeco que ha logrado escapar del museo de cera de La Castellana.
Il Cavaliere se empeñó en mandar a veinticinco vicetiples a Europa y, claro, su mujer, a braga quitada, que así es como se ejercita la verdadera democracia en cada casa, le ha dicho estos días a través de la prensa que nones; y después va la tía y se divorcia.
A Silvio Berlusconi lo tenemos fichado desde 1994, año en el que entra definitivamente en la política, cuando la vieja clase dirigente se disuelve bajo el empuje de Manos Limpias y el personal está enfervorecido con el Milan, Tassoti y todo lo nuevo. Y todo lo nuevo, que realmente ya era entonces un poco viejo, es Berlusconi, uno de los más beneficiados por el viejo régimen.
Para conquistar a la masa fue suficiente un lenguaje alejado del discurso político, que como todo fascismo, camufla la nada. Dice el periodista Indro Montanelli que Belusconi «es un Gran Gatsby a la italiana, sin tragedia y sin suicidio» pero con todo el espectáculo de la televisión, abría que añadir, en la que todo es creible pero todo es una mentira casposa.
Hasta ahora, el italiano concebía su país como una gran audiencia. Después lo ha intentado con Europa, pero de ahí sólo ha conseguido un culebrón escrito por un guionista venezolano. La vieja izquierda, desde Prodi a D´Alema, pasando por Bertinotti, no ha sido capaz de gobernar desde la razón y el interés práctico. O sea, que los italianos no quieren saber nada de política. O es que la política, tal y como cree Berlusconi, es también otra mentira insostenible, y como todas las mentiras insostenibles, es la que mejor se sostiene para que siga siendo presidente.
Ay.