viernes, 8 de enero de 2010

Días mejores


Rick Blain vestía su soledad con una gabardina gris. Siempre fue un sospechoso habitual que pasaba las noches abrazado a una mujer perfumada por la traición y la avaricia. Me gustaba hablar con Rick porque ya no guardaba ninguna esperanza en su lento y rutinario porvenir y, sin embargo, podía dar la vida por ti. Blain se hacía pasar por Philip Marlowe, aunque otros también lo conocieron como Sam Spade. Algunos aún lo recuerdan como un pobre y viejo borracho con el hígado escabechado.En cualquier caso, firmaba sus películas como Humphrey Bogart y se comportaba como un héroe triste y duro que clarificaba a Sartre y a Camus delante de una cámara. Todos ellos eran el mismo hombre solitario, pobre y peligroso y, sin embargo, lleno de simpatía por la gente. Resulta curioso pensar que Europa comenzó a escribir novelas existenciales cuando América ya había inventado muchos años antes a un detective desahuciado de California o a un extranjero atrapado en Casablanca.
Junto a Bogart, uno siempre sabe que a una historia de amor la sucede el cadáver de una mujer o el comienzo de una buena amistad. Disfruto con «Casablanca» porque me divierten la avaricia de Ferrari y el cinismo de Renault. Gracias a esos tipos, he llegado a la conclusión de que una película nunca puede ser mala si sus protagonistas se apellidan como un coche. Nos gusta «Casablanca» porque no ha sufrido el contagio de la rutina, porque otorga a la derrota la dignidad de lo desconocido, porque nadie expresó mejor la náusea del siglo XX exhalando el humo denso de un cigarro. Ya no lucho por nada, excepto por mí mismo, me dijo la otra noche, mientras me ofrecía un salvoconducto por el que todo el mundo mataba. Ojalá todos los amigos fueran así.
La última noche de Reyes la pasamos bebiendo en su apartamento. A Rick no le gusta recordar su infancia, porque asegura que es el único regalo que el tiempo aún no ha mancillado. Yo también recuerdo la mía. Mi memoria se revuelve recordando los partidos de fútbol sobre una cancha alquitranada y bajo los palos oxidados de una portería cuyas marcas el viento y la lluvia ya han borrado. Pero ahora la emoción de aquellos días ya no es algo nuevo, sino algo conocido que regresa convertido en un viejo fantasma del pasado que nos visita cada noche de Reyes Magos.
Con la botella vacía, Rick volvió a repetir que el cine es el único arte capaz de convertir a una pobre prostituta en una honrada mujer dispuesta a salvar al mundo de todas sus miserias. De alguna forma, nosotros amábamos a ese tipo de mujeres que siempre nos traían problemas. Por la misma razón, siempre escapábamos de aquellas otras que se esforzaban en ser discretas. Completamente borrachos, derribados pero nunca destruidos, nos subimos al piano de Sam. Guiados por su melodía, volvimos a navegar sobre viejas historias que el alcohol había resucitado. En la noche de Reyes, qué mejor que engañar a las horas esperando disfrutar de días mejores.