sábado, 12 de septiembre de 2009

Viaje al extravío


Arde la noche de Pozuelo y cómo corre la sangre iluminada por la hoguera, mientras la Policía, acorralada por una jauría de perros, trata de salvar su pellejo. Lo de Pozuelo fue una «razzia» adolescente, una declaración de guerra, un viaje nebuloso, absurdo y violento al extravío. Para la historia y sus diccionarios quedó registrado aquel tiempo en el que la basca universitaria lanzaba adoquines a los escaparates del Barrio Latino reclamando libertad. Ahora, los papeles hablan de niños pijos vestidos de color arriba España que se lo hacen en botellones y gritan viva la muerte. No saben quién es Unamuno, pero mean sobre su tumba celebrando el vituperio, quemando coches y reventando cabinas telefónicas. Aparece, nuevamente, una adolescencia terrorista que alegra la vida con la amenaza perfumada del viejo fascismo.
Del sesenta y ocho hasta hoy han cambiado unas cuantas cosas. Una de ellas es que el nihilismo de la jet-set ha germinado en los corazones de estos gachós con flequillo largo y polos de Lacoste. Del colosalismo de aquellas urbanizaciones burguesas del norte de Madrid llegan estos muchachos que disfrutan matando vagabundos y convirtiendo el maltrato en un siniestro juego cinematográfico. Lo de menos es beber en comandita o la vida alegre en la calle, fumarse un canuto a la luz de una farola o enseñarle los pezones a la Luna. Lo verdaderamente preocupante es lo que hay detrás de esta delincuencia adolescente: fragmentos de vidas sin márgenes ni referencias que han acumulado en sus arterias el veneno de la rabia sin motivo.
Los de Pozuelo son una casta de herederos que sólo halla acceso a su herencia destruyendo todo lo que les ha sido concedido. Parafraseando al escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón, estos muchachos tienen la sospecha de que nuestro mundo es una feria de simulacros, la convicción de que su existencia es una copia debilitada y falsa, llamada a desaparecer. Frente al simulacro anunciado por el filósofo Baudrillard y narrado por Salmón, la realidad se consagra como una calle donde uno logra el deleite respirando el recio aroma de la sangre.
Lo más espantoso de la violencia es que se gusta a sí misma. Quizás, en este nuevo siglo, la violencia sea la única expresión viva de la realidad, frente al simulacro del sexo catódico, la paranoia vírica, el esperpento parlamentario y el espectáculo apocalíptico de una guerra en el desierto.
Sobre este grueso esquema, la confusión organizada provoca el desconcierto de la gente, ese reino de los moralistas que han apuntado hacia el botellón y otros vicios insanos. De modo que el cardenal Rouco Varela aconseja rezar el rosario de la Virgen en familia para acabar con el botellón y devolver a los hombres a la virtud cristiana. Surgen otra vez los iluminados elevándose con la autoridad del evangelio, mientras una bestia negra planea decapitar a alguna diosa pagana. Ay.