lunes, 22 de junio de 2009

Quitarse el burka


Lo ha dicho Sarkozy: hay que quitarse el burka. Yo no sabía que en el barrio de Clichy, el mismo que me descubrió Henry Miller en sus libros, las mujeres caminaban ocultas tras un burka afgano.
De pronto, aparece el burka en tu vida y Sarkozy reune en Versalles a la Asamblea y al Senado para decirle al personal que lo va a prohibir. El redactor de Le Monde se apresura a anunciarlo en un titular a cinco columnas y todos los medios de comunicación se disponen a publicarlo a lo largo y ancho de este mundo. Sin lugar a dudas, es un golpe de efecto que devuelve a Sarkozy, a falta de socialismo, al lugar que le corresponde: la revolución francesa y el bonapartismo.
El burka expone la invisibilidad de la mujer y lo cierto es que en París, antes que en cualquier otro lugar, ninguna mujer debe ser invisible. Quien se pasea por Saint Germain debe saber que está pisando en la galaxia de Occidente.
El burka no es sólo una vestimenta, es un objeto litúrgico que escribe sobre el cuerpo de una mujer su condición de sierva. Tiene razón Sarkozy, el derecho a vestir el burka no es un derecho religioso sino una servidumbre que anuncia la propiedad de otro.
En la Francia de Voltaire no hay espacio para los fundamentalismos, quizá porque todo fundamentalismo es el éxtasis de la ignorancia.