jueves, 6 de agosto de 2009

La muerte y sus elecciones


La muerte hace sus propias elecciones. Y la última noche que pasamos juntos, decidió que Ava debía morir una vez más. La policía encontró su cuerpo desnudo y maniatado, tendido sobre la arena de la playa, con un buen disparo en la cabeza. El policía escribió en su informe que el viento silvaba por la herida y también dejó escrito que la bala no logró borrarle la sonrisa de la cara. Cuando leí la noticia, pensé que su muerte había sido tan confusa como el resto de su vida.
Hace dos noches recibí una llamada. Un encuentro, una dirección, el nombre de Ava y la voz de una mujer que me citaba a las afueras de Gijón.
El nordeste soplaba con fuerza. Era una casa pequeña, alzada cerca de un acantilado que se habría más allá del dique Torres. Por la expresión de su rostro supe que yo no era el hombre que la mujer esperaba. Se trataba de una rubia alta, tuerta, nerviosa y esbelta. Fumaba un cigarrillo mientras veía desde la puerta cómo me acercaba.
-Eres más bajito de lo que pensaba.
-Si tuvieras dos ojos, me verías más alto.
Dibujó una mueca en su cara. No era hermosa, ni siquiera guapa, pero daba la sensación de que a su lado siempre sucedían cosas.
-Cariño, no he venido aquí a limpiarte los zapatos.
-No es a mí a quien tienes que ver. Dentro, hay un hombre esperándote.
-En ese caso, me voy. Ha sido un placer.
Antes de que me girara, sentí que del otro lado de la puerta un hombre tosía con dificultad. La mujer se enderezó, como si le hubiera dado un calambre en la espalda. Oí crujir bruscamente una silla, oí pasos y vi a un viejo moribundo de aspecto cadavérico y señorial que se acercaba lentamente hacia mí. Vestía una bata morada encima del pijama y trataba de apuntarme temblorosamente con una pistola.
-No se vaya. No hemos hablado todavía.
-Ni creo que lo hagamos. No me van los viejos y, menos aún, si no tienen puntería.
-Guardese su sarcasmo para otra fiesta, Guillot. La cosa es más seria de lo que piensa.
-Últimamente no pienso. No sé lo que me pasa.
-Si no quiere acabar como su amiga, siéntese en el salón y bébase lo que quiera.
-Al menos, espero que el whisky sea bueno.
-Y lo que tiene que oir también.
Después de cruzar la puerta tomamos asiento en el sofá de lo que, supuse, era el salón de aquella casa. Nos observamos sobre un suelo oscuro cubierto de tapices y unas cuantas alfombras procedentes del Sáhara. Parecía un hogar, con una pianola y unas cuantas estanterías cubiertas de libros. Las ventanas estaban abiertas y el nordeste soplaba con más fuerza. El viejo tenía la piel amarilla. Estaba lo suficientemente podrido como para saber que no estaría mucho tiempo vivo.
-Muy bien, ya estoy sentado. Dónde está ese whisky?
-No tenga tanta prisa. Mariana, por favor, traenos una botella.
La tuerta se fue hacia la cocina, mientras el viejo dejaba el revolver lentamente sobre la pianola.
-Sé muy bien quién es.
-Entonces ya sabe algo más que yo. Ilústreme.
-Aún no comprendo qué pudo ver Ava en un tipo como usted.
-Yo tampoco. Qué le vamos a hacer. ¿Cómo dijo que se llamaba?
-Todavía no he dicho nada.
-Qué lástima.
Me levanté, dando signos de que aquella conversación había terminado.
-Oiga, todavía no sé con quién diablos estoy hablando. ¿es siempre así de duro o sólo cuando lleva puesto el pijama?
La rubia se acercó con el hielo, los vasos y la botella.
-Gracias princesa, pero creo que no pinto nada aquí. Al final, vas a ser más simpática de lo que creía. Tendremos que dejarlo para otra ocasión.
Pasó entre nosotros y se coló como una gata hacia otra habitación. El viejo continuó hablando.
-Siéntese, por favor. Me llamo Gonzalo Giménez Montalbo.
-Muy interesante. Pero con eso no me dice nada.
-Tengo unos cuantos prostíbulos en la ciudad.
-No le culpo. A su edad, seguro que yo también desearé morirme en uno.
-Escuche Guillot. Será mejor que abandone lo antes posible esta ciudad. Hágame caso. Quería mucho a Ava y antes de que la mataran estuvimos juntos. Trabajó un tiempo conmigo. Eramos buenos amigos. Me dijo que lo amaba.
-Ava sabía mentir muy bien.
-Hay otros tipos que le buscan. Saben que Ava pasó una de sus últimas noches con usted. Antes de morir,les robó algo que les pertenecía y ahora rastrean sus pasos.
-Muy bien. Ava ha muerto. Fin de la historia. Yo no pinto nada.
-No es tan fácil. Mis amigos creen que usted tiene...
-Espere. Todavía no sé de qué cojones estamos hablando.
-Antes de que se conocieran, la chica estuvo con un traficante llamado Oswaldo Pérez, alias "Garrote". A "Garrote" no le sentó nada bien que usted se beneficiara a la chica. Nada fuera de lo normal. Para entonces, ya no mantenían ningún tipo de relación. Sin embargo, las cosas se complicaron cuando Ava empezó a necesitar dinero. Primero vino a mí. Le dí bastante pasta, pero cuando ya no pudo exprimirme más, se vio empujada a hablar con el colombiano. Ava estaba loca, pero no me imaginé que llegara a tanto. Quiso chantajearlo. Le pidió dinero a cambio de silencio.
-A qué silencio se refiere?
-"Garrote" asegura que Ava anotó en un diario todos sus movimientos. El dinero que circulaba, la cocaina que vendía y los clientes con los que trataba. Si apareciera ese diario y cayera en manos de la policía, Garrote estaría acabado.
-Y qué coño pinto yo en toda esta historia?
-El colombiano cree que ese diario lo tiene usted ahora.
-Bueno, pues dígale a ese tipo que Ava y yo simplemente follamos, que me robó el corazón y que no lo devolvió cuando se la cepillaron.
-No será suficiente. Antes de que yo diga nada, también seré otro cadaver en esta ciudad. Hágame caso, será mejor que se marche.
-Y por qué tiene tanto interés en que siga vivo?
-Porque a mi sí me interesa ese diario. Sólo quiero saber lo que Oswaldo oculta en esos papeles.
-Quiere hacer un negocio con mi cabeza.
-Más o menos. A mi edad ya no hay tiempo para muchos negocios y los pocos que se hacen, dificilmente se recuerdan.
Bebí de un sorbo mi vaso y lo miré con cierto desprecio.
-Viejo hijo de la gran puta. Ya le he dicho que yo no tengo ese condenado libro.
-Usted no lo tiene, pero lo tendrá. Lo tendrá para mí.
-Lo más probable es que Ava fuera de farol con ese tipo. No recuerdo que escribiera ningún diario. De hecho, no recuerdo que escribiera nada. Aparecía y desaparecía como un fantasma. Tal vez ese "Garrote" se lo tomara a mal. Es posible que un disparo en la cabeza reforzara sus argumentos, pero qué sentido tiene que busque a un periodista que ya no escribe.
-La gente se siente más atraida por los trenes que descarrilan que por aquellos que llegan a su hora. Garrote teme que usted o cualquier otro lo publique o se lo entregue a la policía.
-Y para evitar que cante la gallina aparece usted y su amiguita.
-No tenemos mucho más de lo que hablar. Ya sabe todo lo que necesita y lo que le interesa. Encuentre ese libro, démelo y desaparezca.
La rubia pidió un taxi para mí. Al cabo de cinco minutos me fuí de la casa sintiendo el aliento del verdugo en mi nuca. Al abrir la puerta de mi casa, observé que alguien ya había estado allí. Todo estaba desordenado. El nordeste golpeaba las ventanas abiertas. Ava había resultado más peligrosa muerta que viva. Mi vida corría peligro. Estaba claro que debía huir, antes de que llegara el fin del verano.


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