miércoles, 15 de abril de 2009

El cine porno ha muerto, larga vida al porno


La página orgasmatrix.com daba a conocer ayer la muerte de la estrella de cine X Marilyn Chambers. Según indicaba este sitio, la actriz fue hallada muerta el pasado domingo en su domicilio de Los Ángeles. Marilyn Chambers era junto a Linda Lovelace, uno de los mitos que dio el porno en la década de los 70. A ella se le atribuye la primera película interracial o el primer coño rasurado que pudo verse en la gran pantalla, lo que no deja de ser un hito en la corta historia del género.
Chambers, cuyo verdadero nombre era Marilyn Ann Taylor, nació en 1952 en la ciudad de Connecticut y debutó 20 años después con la cinta Tras la puerta verde, título que a menudo es considerado como el primero en lograr una amplia difusión comercial y que seguía la ruta marcada por Garganta profunda meses antes.
Tras esta primera «toma de contacto», siguió participando en distintas producciones X y en 1977 logró interpretar un papel importante para la película de David Cronenberg Rabid. Sin embargo, su experiencia en el cine convencional no fue tan fructífera como se esperaba, lo que llevó a retomar su carrera como felatriz participando hasta el final de sus días en películas X para compañías como Naughty America y MILF Hunter.
La muerte de Marilyn Chambers le hace a uno pensar que el cine porno, tal y como lo conoció en su perversa juventud, tal como lo vivió Chambers en la suya, ha muerto. Quiere decirse que la industria ha dejado de lado el argumento insostenible que sostenía a duras penas una película X y hoy se presenta como otra cosa.
En nuestra impúdica adolescencia, nunca nos interesaron mucho aquellas historias. Generalmente, el espectador obviaba el relato que hacía que el porno fuera un género marginal, aunque siempre dentro de los parámetros del cine. Hoy, el argumento ha desaparecido, dando paso a la escena puramente sexual, sin más aderezo que la escasa ropa que cubre los cuerpos tatuados de sus estrellas y unas cuantas cervezas.
La evolución del cine porno desde Garganta Profunda ha estado marcada por la inclusión de nuevas perversiones y fetichismos, con independencia del argumento. Sólo una serie de directores como Mario Salieri se han preocupado por dotar de una trama consistente a unas escenas cuyo final era previsible y carecía, honestamente, de algún interés. Destaco a Salieri porque solía hacer versiones pornográficas de películas convencionales como El Padrino y adaptaciones de grandes obras de la literatura como Drácula que, en sus manos, se convertían en ingenuos y aburridos folletines de un logrado manierismo que, a pesar del empeño, siempre fracasaban.
De modo que hemos pasado del cine porno al videoclip porno y del video manual al click del ratón en la era digital. Si antiguamente una película X se producía planificando su proyección en oscuras salas de cine X y su alquiler en los discretos pasillos de los videoclubs, hoy sólo se piensa en una escena y su distribución directa a través de Internet. Son millones y millones la páginas webs dedicadas al gonzo, al sexo anal, al sexo interracial, a los castings, a las fiestas, a las orgías estudiantiles o a los polvos grabados por una pareja amateur. En definitiva, una millonada de guarradas diversas y dispersas, huérfanas de historia, alejadas del erotismo y cuyo valor reside en la belleza de unas actrices o en el grado de perversión y morbosidad que logran transmitir al espectador.
Ya no es necesario saber cine para rodar una película porno, basta con saber follar. Y en esto radica uno de los éxitos de la actual industria del cine X , que factura millones y millones de dólares por todo el planeta con escenas que no superan los treinta minutos. Saber follar es importante, qué duda cabe, pero hay algo más importante que interesa mucho más a los jefazos de la industria X. Quieren realidad. Y la realidad es ver a una pareja real en la cama de su casa o a una mujer desconocida sometida a los deseos de un hombre o de una legión. Eso explica que los videos porno amateur tengan tanto éxito en la red y el hecho de que las grandes felatrices de este momento ya no necesiten interpretar un papel como en el cine convencional. El éxito, ya digo, radica en acercarse a la realidad fielmente, aunque esa escena no sea estrictamente sólo realidad. Quizá, esta sed de verismo no deja de ser la misma que mantiene al espectador enganchado a los reality shows. Por lo tanto, forma parte de un mismo fenómeno.
Román Gubern relaciona en su libro La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas la imagen pornográfica y la imagen cruel. Así se titulan respectivamente el primer y último capítulo de este libro publicado en Anagrama en 2005. En ambos, Gubern conecta el despegue del cine X con Garganta Profunda, (1972) y el inicio del gore con La Matanza de Texas (1974). ¿Guarda algún tipo de relación el video porno y la snuff movie? No lo sé, pero hoy podemos decir que la morbosidad del cine porno radica en su crueldad y no sólo en la liberación de un tabú sexual.
Ahora, como entonces, la pornografía se ha desarrollado como negocio para estimular la sexualidad masculina y, en ese sentido, los nuevos parámetros sociológicos del video porno no han cambiado respecto de los del cine. Sólo varía el grado de perversidad y de crueldad, si cabe, mayor que entonces. Todas las películas tienen un denominador común: el hombre. Las orgías grabadas y las escenas entre lesbianas pretenden satisfacer a un señor que se sitúa como espectador. Difícilmente se producen películas, y ya no hablemos de videos pornográficos, destinados a mujeres, aunque eso no quiere decir que no haya féminas que consuman porno. Todo esto podría empujarnos a pensar que existe una percepción femenina del sexo diferente a la percepción del hombre y algunas directoras, como Sandra V, afirman que existe una pornografía femenina pensada para las mujeres. Yo no llegaría a tanto. El debate parece casi literario.
En cualquier caso, Internet ha transformado la industria del cine hasta tal punto que lo ha deshumanizado, como diría Ortega y Gasset. No era algo muy difícil de conseguir, ciertamente, pero se podría afirmar que es el primer género cinematográfico que muere. Hasta hoy, resulta impensable que el cine negro se reduzca a unos cuantos tiros entre gansters o que el cine de aventuras se resuma en veinte minutos de acción. Los espectadores siguen demandando en una película una historia que justifique su presencia en los cines o el esfuerzo de piratearla. En el caso del porno, como ya hemos visto, no es así.
Curiosamente, la muerte del cine porno tiene lugar cuando fallecen sus primeras actrices, mientras las nuevas estrellas aparecen y desaparecen engullidas por el deseo de miles de hombres conectados a través de la red. La muerte del cine porno ha dado lugar a la proliferación de millones de videos porno. El porno ha muerto, señores, y sin embargo está más vivo que nunca.