miércoles, 2 de septiembre de 2009

12 + 1: The End


El matasanos me dijo que había estado más muerto que vivo. "En estos momentos tu cuerpo es un saco de huesos rotos sobre la cama de un hospital. Volverás a caminar si sabes lo que te conviene. Por la tuerta no pudimos hacer nada. Ya era un fiambre cuando nos la trajeron. En cualquier caso, deberías darle las gracias a tu amigo Piñeiro. Fue él quien llamó a la policía. Si no, hoy serías uno más en el depósito de cadáveres. De todos modos, ahórrate las palabras hasta que pasen unos días. No quiero volver a coserte la mandíbula".
Cerré los ojos. Recobré la conciencia para encontrarme con la mirada de Ava, llena de conmiseración y una extraña suspicacia, a los pies de la cama. Ella, que había muerto en tantas ocasiones, y yo, que era más dificil de matar que una rata, volvíamos a vernos las caras.
-La muerte te ha sentado bien. Sigues igual de guapa
-No puedo decir lo mismo de tí, aunque siempre me gustaron tus cumplidos, por poco sinceros que fueran.
-Un whisky mi iría muy bien. Me duele mucho la cabeza.
-Han jugado al fútbol un buen rato con ella.
-Me gustas más cuando el tono es frío e insolente.
-Está claro que no sabes cerrar la boca.
-Se puede saber a qué has venido?
-Lo que todos quieren y tu detestas.
-Antes debes devolverme lo que te llevaste.
-Amas a todas las mujeres como si fueran la última. Tu corazón sigue en el mismo sitio de siempre. No lo necesitas. Pero no me engañas, estoy segura de que ya hay otra.
-La enfermera no está nada mal. Siempre me gustaron las enfermeras, las putas y de las hermanitas de la caridad.
-Devuélveme el libro.
-No existe ningún libro. Lo que había se quemó en el desgüace, junto al coche y unos cuantos asesinos que también lo querían. Pero esa historia se ha terminado.
-Eres demasiado honesto y trabajas por poco dinero. Nunca llegarás a nada. Todo el mundo te golpea, te estrangula y te machaca, pero tu sigues adelante, con la cabeza baja hasta que los destrozas a todos.
-Recuérdame en otra ocasión que te invite a una copa.
Ava sonrió. Acercó su rostro al mío y después me besó en los labios. Fue un beso repugnante y maternal, esos besos que anuncian una despedida.
-Por qué no tratas de escribir?
La frase estuvo dándome vueltas en la cabeza mientras mi cuerpo se recomponía. De regreso a Gijón volví al prostíbulo del viejo Montalbo. Una de sus muchachas me llevó hasta su dormitorio. La habitación era demasiado amplia, con techos demasiado altas y con tantas flores alrededor de su cama que la atmósfera que se respiraba me recordó un tanatorio. Me senté en uno de los bordes del lecho, mientras veía como el viejo agonizaba. Tengo que reconocer que valía la pena contemplar como la muerte lo iba devorando cada vez que respiraba.
-Hola viejo, ya estoy aquí de nuevo.
Montalbo no se movió. Ni siquiera hizo una inclinación con su cabeza. Dirigió hacia mi sus ojos sin vida.
-Veo que no puede articular palabra. Seré breve. Vengo para traerle lo que me pidió. Aqui tiene el libro. Como me imaginaba, en su estado, no le va a servir de nada, de lo cual me alegro tanto como si lo viera a usted muerto. Pero eso sólo será cuestión de minutos.
El calor suave y húmedo era como un paño mortuorio alrededor de nosotros. El anciano cerró los ojos y me dibujó una sonrisa.
-La chica que me mandó le está esperando en el infierno. Tenía muy malas pulgas, pero supongo que en otra vida, fue una buena chica que una mala noche eligió el camino equivocado.
El viejo me miró sin expresión.
-Y ahora que vas hacer Guillot?.
-Volver a mi camino. No me gusta estar dos veces con la misma mujer ni tampoco encontrármela en el mismo sitio.
-Existen dos tipos de hombres, los que se quedan y los que no saben a dónde van.
-Yo sólo soy un busca vidas.
No vi a nadie cuando abandoné la casa. El viejo estaba muerto. Yo no sabía a dónde iba, pero al fin y al cabo estaba vivo. Quizá yo también había estado muerto. En algún momento de mi vida, acaricié la muerte, la sentí en el tuétano de los huesos, como si me aplastara el destino. También sentí el dolor que produce la desgracia. Quizá yo también era parte de esas vidas desgraciadas que no saben a dónde van.
De camino a casa me acerqué hasta el Savoy y me tomé un par de whiskys dobles. No me hicieron ningún bien. Todo lo que logaron fue recordarme a Ava. Nunca más la volvi a ver.

FIN