jueves, 27 de agosto de 2009

Cuando los perros ladran


Escapar del dolor es una reacción natural, pero si eres boxeador vas a su encuentro. Retorcido como un perro con los huesos rotos, recordé las palabras de Rocky Marciano, cuando le preguntaron por qué nunca había conocido la derrota. Rocky iba siempre al encuentro del dolor. Yo también iba al encuentro del dolor. Me sentí como si mordiera la misma lona que Rocky nunca mordió.
El indio me sentó en el suelo con la espalda apoyada contra la pared. La luz del sol me aplastaba la cara. Los perros, atados al poste, ladraban. Era como si ellos tambien quisieran participar en la fiesta y dejar en mi cuerpo sus babas. En momentos así, uno no suele pensar. Pero yo pensé que Dios no existía. Estuve así tres minutos, pensando que Dios no existía. También pensé en lo insignificantes que podíamos llegar a ser ante un indio con tenazas en las manos y lo bueno que sería no sentir el dolor. Entonces todos seríamos tan perfectos como un mosquito. Insignificantes y ajenos al dolor como un insecto cualquiera. Ajenos al dolor como una hormiga, una araña o una cucaracha. Auténticos supervivientes de la bomba atómica. Esa podía ser una gran ventaja, claro que sí. Superar el dolor, sobrevivir a una bomba. Pero allí estaba yo, al encuentro con el dolor, como me había dicho en una ocasión Rocky Marciano.
Rocky supo lo que era el lujo. También pensé en el lujo. El indio seguía pateándome la cara, mientras yo estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, pensando en el lujo. En el lujo de no tener memoria, en el lujo de pensar y no salir huyendo. Después abrí los ojos y contemplaba, como desde un sueño, a un indio cherokee cortando cabelleras, mientras los coches morían en un cementerio igual que rinocerontes que no han logrado atravesar el desierto. Yo estaba en el cementerio, recordando a Rocky Marciano junto al indio cherokee, junto a un viejo muerto, junto a una rubia muerta, como un pastor que ha perdido su rebaño, imconmprendido por las piedras.
El indio tenía un rostro cetrino y malévolo y los ojos de un diablo loco que dibujaba su sonrisa retorciéndole el perscuezo a un hombre maniatado. Los perros seguían ladrando. No se cansaban de ladrar. Los soltarán, los acercarán a mi cuerpo, lo olerán, lo patearán y después se darán conmigo una buena fiesta.
-Muchacho, sin duda eres un tipo muy agradable, que se siente feliz en el mejor de los ambientes. Por qué no acabas conmigo de una puta vez y me das de comer a los perros?
Entonces el gigante se fue de la garita. No hubiera imaginado que todo iba a ser tan fácil. Me reí como un loco que ha perdido la esperanza, como un fugitivo que se cree libre y no sabe después a dónde ir. Después me dormí, dormí plácidamente, mientras la sangre se cuajaba en mi boca, mientras los perros trataban de zafarse de sus cadenas, mientras el sol se ponía, mientras la soledad acariciaba mi cara.
Debía de ser tarde, lo suficiente como para sentir el frío de la noche. Escuché el motor de un carro. Levanté la cabeza. Los perros volvieron a ladrar como si de una jauría se tratara. La rubia seguía allí, el viejo también estaba allí. Las moscas se peleaban por ellos y yo era un insecto al que le habían cortado las alas. Dos luces se aproximaron hacia la garita lentamente, como dos luciérnagas perdidas en la nada. El mercedes se detuvo. Detrás de él le siguieron otros cuatro carros. Ví como la puerta del primero se abría y un tipo corpulento con zapatos relucientes pisaba el suelo regado de sangre y arena. Conté quince personas, pero sólo "Garrote" y el indio se metieron en la caseta.
-Vaya, vaya, todavía estás aquí.
-Sí, este es un buen sitio para descansar.
-Escucha lo que dice, indio. El pinche conserva aún la guasa. El gallego tiene aguante.
-Que te jodan.
-No,no,no...Cuida tus modales,perro asturiano. Estás hablando con "Garrote".
Tenía las muñecas hinchadas y las piernas acalambradas. No debí moverme tanto, mientras me atizaban. Comencé a aceptarlo de la mejor manera. No era el momento de llorar, ni de recordar, era la hora de mirar dentro de mi y de tratar de comprender que a veces uno se va de este mundo inesperadamente.
-Mira, cabrón, a pesar de todo, me caes bien y a lo mejor esta noche salvas tu pellejo si me dices donde está el puto diario. Te voy a contar una historia. Sabes qué? Yo me he cargado a unos cuantos boinas verdes, sí, como te digo, allá en Colombia. Los muy cabrones piensan que aquello es otro Vietnam. Valla que sí. Yo he mandado matar a muchos yankis que sólo iban a joder. Yo he matado a más hijos de puta que tú. Mi padre fue un soldado de las FARC renegado, pobre como las ratas. Un día apareció por Medellin dando sermones en cantinas y burdeles. Algunos creyeron que era un infiltrado, pero fue mi madre quien lo metió en su casa y evitó que lo mataran. Vivió con ella cuatro meses y después desapareció. Tengo treinta años y sé lo que es la guerra, sé lo que es morir, sé todo eso, pinche cabrón, y ahora no vas a ser tú el que me joda la marrana. A "Garrote" no le folla una cucaracha.
Los perros seguían ladrando. El colombiano blandió un puñal y, agachándose, lo acercó a mi garganta. Los perros continuaron ladrando, arañando con sus zarpas el suelo del cementerio, dejándose las uñas y fabricando una polvareda que se metía en la garita y penetraba en mi garganta.
-Mira cabrón, con este pincho he recosido a más de uno y a más de una. Tu amorcito no lo necesitó, le bastó un disparo en la sesera y plof, cayó como un saco de arena bien roto, pues. Ahora colabora, amigo, y cuéntanos donde está el puto libro.
Antes del alba se vio cercado por la policía. "Garrote" se quedó dentro, agachado, dibujando la expresión de un loco que se sabe acorralado, mientras los demás se dispersaban, como cucarachas que no encuentran la salida. El indio abrió fuego. Se desplomó a mis pies, con cuatro tiros encajados en el estómago, suficientes para que le sellaran el pasaporte al infierno. El tiroteo duró veinte minutos. El juez tuvo que hacer equilibrios con los pies para no pisar las tripas del colombiano. Nunca olvidaré que Oswaldo "Garrote" salió de la garita blandiendo su arma y disparando al cielo sus últimas balas. Cayó acribillado y, como un mártir, se despidió de todos nosotros gritando "Hijos de puta, si os dejo con vida es por que habréis de amortajárme como a un ángel".