miércoles, 20 de mayo de 2009

Opus librum


Los libros desaparecerán. Quia. La prensa escrita se disolverá. Quia. Las hojas de papel dejarán de existir. Quia. Guttemberg tiene sus quinientos años contados. Mañana será su funeral. Quia, quia, quia. El semiólogo Umberto Eco no se lo cree (y yo tampoco) y asegura en su último libro No esperes librarte de los libros que la pervivencia del papel se mantendrá junto a los soportes digitales. Hasta el momento sabemos cuánto tiempo se conserva un libro, incluso, un manuscrito, pero desconocemos todavía la fecha de caducidad de la memoria ram de un ordenador o de un cd, si es que la tiene. No sabemos si, a diferencia del libro, la maquinita podrá soportar un largo viaje, una tormenta o un accidente. De modo que el libro sigue ahí, sobre las estanterías o en el interior de una vieja maleta, amarillo, casi cirrótico, polvoriento y envejecido, como un hombre en vilo, pero, a fin de cuentas, vivo.
Los oráculos apocalípticos de la red auguran la muerte de la prensa escrita, pero en el café de mi barrio los clientes se quitan los periódicos de las manos.
-¿Ya ha leido usted el periódico?
-Pues no, así que se espera.
El periódico está vivo, aunque se compran menos periódicos, aunque la juventud no los lee, aunque se editan menos páginas y se regalan más libros, aunque vaya usted a saber qué y seguro que acierta. Y por qué está vivo entonces el libro. Ah? Uno cree que el periódico vale más por lo que confirma que por lo que anuncia, por eso la peña se lo pasa de mano en mano, de boca en boca, como un pedazo de pan ensalibado, al que no le hace ascos. Leer el periódico, esa oración matutina del ateo, es el recochineo de ver escrito lo que tantas veces habíamos oído.