viernes, 16 de octubre de 2009

Los fulleros


Era demasiado pijo para ser garitero y hay que ser un buen trujamán para salir bien parado de esta reyerta. Ricardo Costa siempre tenía parte en lo que otros ganaban, pero era muy difícil que una instrucción lo encasillara de imputado en la «trama Gürtel» porque sabía muy bien que con su nombre y su cargo no se había firmado una sola factura. Sin embargo, al ex secretario general del PP valenciano no le han valido de nada sus lágrimas para salir vivo de esta fiesta. No estar confederado con unos ni con otros tiene un precio político en Génova: su cabeza.
De momento, nada dice el sumario, aunque sí las investigaciones de los periódicos sobre el presidente Camps y su compinche Rambla. Ambos conocían el chalaneo, prevenidos desde el Gobierno y con los naipes hechos y escondidos bajo manga; ambos conocían y apañaban con Orange Market y los cuarenta ladrones de Correa.
Tiembla la libertad de Francisco Camps cada vez que se conocen las conversaciones de El Bigotes y Francisco Correa. Los dos fulleros se saben en el trullo, donde acabarán escribiendo tratados de mangantes. Me gusta El Bigotes porque se lo monta a cara descubierta, como una caricatura. Es un rufián que cepilla su mostacho con billetes de quinientos mientras se hace fotos con el puro en la boca. Se siente orgulloso de sus negocios aunque apesten más que una mofeta. Después de que se acabe esta timba escrita en más de cuarenta mil folios se irá con la gura al talego y la pasta bien escondida para que no la arrastren manos ajenas. Francisco Correa es más siniestro. Don Vito administraba fulanas, organizaba orgías y convocaba congresos. Se lo hacía de capo y vivía del morro beneficiándose por todas partes y de todos.
Hoy sabemos que Francisco Camps es un traidor. No le suda la camisa cuando se topa con su hermano Costa, al que dio de comer y beber antes de llevarlo al matadero. Camps tiene ojos de tramposo con maneras de cura y demasiada experiencia en el juego de la política. No tardará en retirarse a ver cómo pierden otros su cabeza, antes de que caiga la suya. Chanela el verso «lisonjeris» con Carlos Fabra, aunque Manuel Fraga, el dinosaurio despierto, desconfía de un cadáver político al que toda la corrupción le resbala.
El gallego y su cuadrilla están en un verdadero aprieto. Mientras Rajoy galleguea, Cospedal ha puesto a funcionar la guillotina, pero no acierta a colocar los cuellos adecuados para que el culo de uno de ellos deje un rato de echar mierda. La Gürtel se extiende por España. No es sólo Valencia, nido donde se incubaron los huevos de los persas, sino Madrid, Galicia, León, Baleares. Medio país necesita fregona porque apesta. Ya nadie quiere recordar la boda organizada por Aznar en El Escorial. Aquella parrilla que ordenó construir Felipe II para que se pudrieran los cuerpos de la monarquía se ha encendido otra vez para que se achicharren algunos ladrones en su propia hoguera.