viernes, 25 de septiembre de 2009

La ciencia


Un grupo de científicos de Estados Unidos y Tailandia ha presentado en Bangkok una vacuna que reduce el riesgo de contagio del sida en un 31,2% tras haber realizado pruebas en 16.000 voluntarios. La vacuna no es la panacea, pero sí demuestra que la consecución de una solución eficaz es posible. Decía Stewart Brand, gran gurú americano de la biología y los derechos humanos, que la ciencia es la única noticia. Sin embargo, estas noticias escasean en los periódicos.
La prensa no está a la ciencia, pero la ciencia nos trae noticias todos los días: nuevos cometas, muertes de estrellas, agua en los desiertos blancos de la Luna y una nueva vacuna contra el sida. Lamentablemente, descubrimos que el hombre se alimenta de reyertas políticas, contubernios, objeciones de conciencia y otras monotonías. En definitiva, el periodismo sigue más interesado en la superstición que en las matemáticas, en la conspiración que en la física. La ciencia tiende a simplificar, mientras que la prensa busca de manera adictiva agregar, confundir, difuminar. A pesar de todo, de vez en cuando cae una manzana newtoniana que explica el enigma de nuestro mundo.
El valor de la ciencia está en el poder de la razón, en esa fe del hombre con el hombre, tan fecunda, tan misteriosa, que acaba pronosticando los agujeros negros del universo y permitiendo que la esperanza cotice al alza, al menos, un solo día. Me gusta pensar que el endecasílabo del poeta acaba siendo un teorema para el científico, que el verso adquiere nuevas y misteriosas caligrafías en las manos de un hombre o una mujer de bata blanca que busca la felicidad en una fórmula.
Hasta Descartes, toda religión era poesía aplicada, truco y trampa. Después vino la ciencia a depurarla de artificios. Y resulta emocionante creer que el científico es un aventurero, un hombre solitario y concienzudo lanzado a la aventura de lo absoluto. El biólogo que dedica su vida a describir proteínas o el físico que analiza obsesivamente quarks caminan por un desierto oscuro lleno de incertidumbres hasta que un signo y una prueba les confieren un sentido de la vida, dibujando el trazo sinuoso y alargado de un camino que explica unos cuantos enigmas.
El mayor misterio de la ciencia es el misterio que empuja a los científicos a ordenar la realidad como una música a cuyo ritmo nos vemos obligados a bailar. Toda su estructura se resume en un pentagrama donde late el verbo descubrir. Quizá la pérdida del paraíso nos empujó a enrolarnos en la nave de la ciencia. El científico es un viajero que vaga de un lado a otro buscando el mejor sitio donde poder trabajar, tratando de enfrentarse al peor de los enemigos: la ignorancia extendida como un desierto, o en términos más absolutos, nuestra propia muerte.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Carta a una prostituta: los contactos


Hola, amor:
Abandonaste los prostíbulos de Gijón por las páginas de contactos. Después de los atentados de Atocha, me decías que no te gustaba trabajar con dinamita debajo de la cama. Dueña y señora de ti misma, te lo hiciste por tu cuenta, sin felaciones que donar, comisiones que pagar y la tranquilidad de un orgasmo que no te haría volar por los aires como una ninfa en pedazos. Después confesaste que te sentías más libre que nunca, una empresaria de rompe y rasga que pisa la calle destrozando baldosas con zapatos de tacón de aguja, embriagada por el dinero, embalsamada por la dignidad y cosas así. Como no te gustaba llevarte el negocio a casa, te acostumbraste a las llamadas intempestivas, a las noches de alcohol y a los hoteles de lujo donde el sudor se había impregnado en la pared como una imagen mariana. Pero ahora llega Joan Tardá, el diputado independentista catalán, prohibiendo los anuncios donde tú tanto mentías y yo tanto imaginaba.
-De colega a colega, no sé que será de nosotros -te dije la otra noche, mientras mis dedos se peleaban con el broche imposible de tu tanga.
-No entiendo nada. Es la página más leída, la que más interesa, la que más se gasta, incluso si uno es catalán -respondiste enfadada cuando te leí la noticia.
-Tardá no comprende que los periodistas somos también un poco putas. Sabemos hacer felices a los hombres con unas cuantas mentiras, pero siempre damos más de lo que nos pagan.
Yo no entendía tu curro hasta que descubrí que el matrimonio es un largo viaje en el que lo más emocionante son las hipotecas. Lo cierto es que sólo una mujer más atrevida que sus bragas se puede ocupar de los pecados. Te gustaría que Gijón tuviera un barrio rojo, un Pigalle por donde pasearse alegremente y que pasaran cosas, después de la última copa. Quieres mostrar muslamen en un escaparate, cotizar a la Seguridad Social y que Jacques Brel te cante desde un puerto de Ámsterdam. Pero Gijón, incluso con puerto, sólo da para dos esquinas donde hacer la calle: Manuel Llaneza y Pablo Iglesias. Ya me contarás.
-En esto acaba el socialismo -dijiste con resignación y veneno.
-El socialismo, cariño, es algo más que una calle. Pero uno nunca sabe dónde empieza ni dónde termina.
Se lo ha explicado Joan Tardá a la ministra de Igualdad: magistrados y senadores, diputados y aristócratas, obreros y casas reales van de putas los fines de semana. Y yo aquí, viéndolos pasar. No sabemos si son de izquierdas o de derechas, falangistas o demócratas, ideólogos o tecnócratas. Pero Bibiana Aído ha respondido con firmeza que hay que acabar con la prostitución porque es una indignidad.
«Primero quisieron quitarme el trabajo y, ahora, el honor», pensarás. El caso es que a Joan Tardá le han preguntado si trajina con putas, izas o rabizas, y el tipo se ha quedado tieso y mudo como una estatua de sal. Yo no diría que el diputado catalán es un calavera, pero esos silencios... Quia.
Sin nada más que contarte, se despide un servidor que no se olvida de ti.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Viaje al extravío


Arde la noche de Pozuelo y cómo corre la sangre iluminada por la hoguera, mientras la Policía, acorralada por una jauría de perros, trata de salvar su pellejo. Lo de Pozuelo fue una «razzia» adolescente, una declaración de guerra, un viaje nebuloso, absurdo y violento al extravío. Para la historia y sus diccionarios quedó registrado aquel tiempo en el que la basca universitaria lanzaba adoquines a los escaparates del Barrio Latino reclamando libertad. Ahora, los papeles hablan de niños pijos vestidos de color arriba España que se lo hacen en botellones y gritan viva la muerte. No saben quién es Unamuno, pero mean sobre su tumba celebrando el vituperio, quemando coches y reventando cabinas telefónicas. Aparece, nuevamente, una adolescencia terrorista que alegra la vida con la amenaza perfumada del viejo fascismo.
Del sesenta y ocho hasta hoy han cambiado unas cuantas cosas. Una de ellas es que el nihilismo de la jet-set ha germinado en los corazones de estos gachós con flequillo largo y polos de Lacoste. Del colosalismo de aquellas urbanizaciones burguesas del norte de Madrid llegan estos muchachos que disfrutan matando vagabundos y convirtiendo el maltrato en un siniestro juego cinematográfico. Lo de menos es beber en comandita o la vida alegre en la calle, fumarse un canuto a la luz de una farola o enseñarle los pezones a la Luna. Lo verdaderamente preocupante es lo que hay detrás de esta delincuencia adolescente: fragmentos de vidas sin márgenes ni referencias que han acumulado en sus arterias el veneno de la rabia sin motivo.
Los de Pozuelo son una casta de herederos que sólo halla acceso a su herencia destruyendo todo lo que les ha sido concedido. Parafraseando al escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón, estos muchachos tienen la sospecha de que nuestro mundo es una feria de simulacros, la convicción de que su existencia es una copia debilitada y falsa, llamada a desaparecer. Frente al simulacro anunciado por el filósofo Baudrillard y narrado por Salmón, la realidad se consagra como una calle donde uno logra el deleite respirando el recio aroma de la sangre.
Lo más espantoso de la violencia es que se gusta a sí misma. Quizás, en este nuevo siglo, la violencia sea la única expresión viva de la realidad, frente al simulacro del sexo catódico, la paranoia vírica, el esperpento parlamentario y el espectáculo apocalíptico de una guerra en el desierto.
Sobre este grueso esquema, la confusión organizada provoca el desconcierto de la gente, ese reino de los moralistas que han apuntado hacia el botellón y otros vicios insanos. De modo que el cardenal Rouco Varela aconseja rezar el rosario de la Virgen en familia para acabar con el botellón y devolver a los hombres a la virtud cristiana. Surgen otra vez los iluminados elevándose con la autoridad del evangelio, mientras una bestia negra planea decapitar a alguna diosa pagana. Ay.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Los parados


La luna de los escaparates nos devuelve el rostro mal rasurado, cansado de ver todas las mañanas nuestra sombra, cansado de tanto oler nuestro nombre. Al parado le va llegando la dificultad de andar una nueva esquina y alarga el café de la mañana, recortando el trago y prolongando la mirada, mientras sus dedos se manchan de tinta al pasar las páginas de contactos. Llega la crisis como un dolor de cabeza, como una mala resaca que no se diluye con aspirina ni cuatrocientos papeles al mes consumidos en el cocido.
El verano moribundo continúa dando cifras. Siempre hay un número caliente que atormenta al parado y nutre el titular a cinco columnas del periódico del día. Con este viernes termina una semana siniestra, de gripe económica y crisis porcina. En el aire de la economía caben todas las intrigas: bajar los impuestos o subirlos, cambiar el modelo o mantenerlo, abaratar el despido o encarecerlo; la certeza de que todo y nada pueden ser al mismo tiempo.
El parado de hoy es el Don Tancredo de hace un siglo, aquel albañil torero que hizo de su paro una pose ante el toro. El Gobierno ha vuelto a soltarle al parado el toro de las medidas económicas, el toro de las encuestas, el toro de los déficits, el morlaco de los planes municipales y también el de las hipotecas. Muchos toros para un simple parado. Mientras tanto, el obrero tose su gripe porcina, que es un odio latente de clase trabajadora enfebrecida, la mala saña del parado que se oxida en las listas soviéticas del paro.
Según la CEOE, las medidas económicas que ha lanzado Zapatero son insuficientes. Lo bueno hubiera sido que el Presidente se divorciara de los sindicatos y retrasara la jubilación hasta que a uno le llegara la parca. Ay. Pero en la literatura no hay paro ni jubilación y yo moriré escribiendo artículos, bruñendo el estilo, como viejo corsario abandonado, quieto ante el toro de la economía, mientras el parado de mi barrio camina desesperado sin saber qué le dará de comer su parienta. Que muerda cuero, le han dicho.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

12 + 1: The End


El matasanos me dijo que había estado más muerto que vivo. "En estos momentos tu cuerpo es un saco de huesos rotos sobre la cama de un hospital. Volverás a caminar si sabes lo que te conviene. Por la tuerta no pudimos hacer nada. Ya era un fiambre cuando nos la trajeron. En cualquier caso, deberías darle las gracias a tu amigo Piñeiro. Fue él quien llamó a la policía. Si no, hoy serías uno más en el depósito de cadáveres. De todos modos, ahórrate las palabras hasta que pasen unos días. No quiero volver a coserte la mandíbula".
Cerré los ojos. Recobré la conciencia para encontrarme con la mirada de Ava, llena de conmiseración y una extraña suspicacia, a los pies de la cama. Ella, que había muerto en tantas ocasiones, y yo, que era más dificil de matar que una rata, volvíamos a vernos las caras.
-La muerte te ha sentado bien. Sigues igual de guapa
-No puedo decir lo mismo de tí, aunque siempre me gustaron tus cumplidos, por poco sinceros que fueran.
-Un whisky mi iría muy bien. Me duele mucho la cabeza.
-Han jugado al fútbol un buen rato con ella.
-Me gustas más cuando el tono es frío e insolente.
-Está claro que no sabes cerrar la boca.
-Se puede saber a qué has venido?
-Lo que todos quieren y tu detestas.
-Antes debes devolverme lo que te llevaste.
-Amas a todas las mujeres como si fueran la última. Tu corazón sigue en el mismo sitio de siempre. No lo necesitas. Pero no me engañas, estoy segura de que ya hay otra.
-La enfermera no está nada mal. Siempre me gustaron las enfermeras, las putas y de las hermanitas de la caridad.
-Devuélveme el libro.
-No existe ningún libro. Lo que había se quemó en el desgüace, junto al coche y unos cuantos asesinos que también lo querían. Pero esa historia se ha terminado.
-Eres demasiado honesto y trabajas por poco dinero. Nunca llegarás a nada. Todo el mundo te golpea, te estrangula y te machaca, pero tu sigues adelante, con la cabeza baja hasta que los destrozas a todos.
-Recuérdame en otra ocasión que te invite a una copa.
Ava sonrió. Acercó su rostro al mío y después me besó en los labios. Fue un beso repugnante y maternal, esos besos que anuncian una despedida.
-Por qué no tratas de escribir?
La frase estuvo dándome vueltas en la cabeza mientras mi cuerpo se recomponía. De regreso a Gijón volví al prostíbulo del viejo Montalbo. Una de sus muchachas me llevó hasta su dormitorio. La habitación era demasiado amplia, con techos demasiado altas y con tantas flores alrededor de su cama que la atmósfera que se respiraba me recordó un tanatorio. Me senté en uno de los bordes del lecho, mientras veía como el viejo agonizaba. Tengo que reconocer que valía la pena contemplar como la muerte lo iba devorando cada vez que respiraba.
-Hola viejo, ya estoy aquí de nuevo.
Montalbo no se movió. Ni siquiera hizo una inclinación con su cabeza. Dirigió hacia mi sus ojos sin vida.
-Veo que no puede articular palabra. Seré breve. Vengo para traerle lo que me pidió. Aqui tiene el libro. Como me imaginaba, en su estado, no le va a servir de nada, de lo cual me alegro tanto como si lo viera a usted muerto. Pero eso sólo será cuestión de minutos.
El calor suave y húmedo era como un paño mortuorio alrededor de nosotros. El anciano cerró los ojos y me dibujó una sonrisa.
-La chica que me mandó le está esperando en el infierno. Tenía muy malas pulgas, pero supongo que en otra vida, fue una buena chica que una mala noche eligió el camino equivocado.
El viejo me miró sin expresión.
-Y ahora que vas hacer Guillot?.
-Volver a mi camino. No me gusta estar dos veces con la misma mujer ni tampoco encontrármela en el mismo sitio.
-Existen dos tipos de hombres, los que se quedan y los que no saben a dónde van.
-Yo sólo soy un busca vidas.
No vi a nadie cuando abandoné la casa. El viejo estaba muerto. Yo no sabía a dónde iba, pero al fin y al cabo estaba vivo. Quizá yo también había estado muerto. En algún momento de mi vida, acaricié la muerte, la sentí en el tuétano de los huesos, como si me aplastara el destino. También sentí el dolor que produce la desgracia. Quizá yo también era parte de esas vidas desgraciadas que no saben a dónde van.
De camino a casa me acerqué hasta el Savoy y me tomé un par de whiskys dobles. No me hicieron ningún bien. Todo lo que logaron fue recordarme a Ava. Nunca más la volvi a ver.

FIN