sábado, 1 de agosto de 2009

Marcas de aguja


Ava llegó a Gijón con cincuenta kilos de ambición, una preciosa cara de muñeca y mucha inquietud por ganar dinero. Entonces yo sólo quería saber cuánto podrían llegar a valer sus carnes.
Ava no tardó en hacerse un mito de la noche. Todas las noches, Ava. Todas las noches Gijón. Al principio se esforzó en enseñarme a bailar sin bailar, casi quietos los dos en un rincón de la Bodeguita, mientras el vejamen se pisaba los pies a ritmo de cha-cha-chá. Ava tenía momentos de un misterio profundo, llenos de amor, de resignación y también de remordimiento, mientras el resto del personal desprendía con los ojos todos sus deseos en estado de putrefacción. Nunca comprendí cómo se podía amar rodeado de tanta peste. Pero ahí estaba, con el fragor frívolo de la ginebra en la garganta y aquellos besos de Ava que me sabían a sal.
Así recuerdo nuestro primer encuentro. Así empezó todo. Después pasaron los días. Después, todo lo demás. Cuando regresé a casa me encontré a Ava tendida en la cama como un bloque de marmol blanco. Estaba pálida, sudada, hierática y fría. Sus ojos alamardos y vacíos no se apartaban del techo. Me quedé impresionado al ver sus brazos. Se podía apreciar marcas de aguja en la parte anterior del codo. Yo había experimentado la vida acelerada de Gijón, pero las agujas ya no estaban de moda. De modo que un chute de heroina la trajo a mi cama, pensé. Bendita heroina que estás en su cuerpo.
-No vas a besarme?
-Qué diablos quieres.
-Un hombre.
-Necesitas un médico.
-O si no, un cigarrillo.
-Devuélveme mi corazón y vete.
El sexo es la única forma que sirve para conjurar la soledad del cuerpo. Aquella mujer rota se recompuso mientras me desnudaba. Al final, descubrí que ella también estaba vacía, que guardaba su soledad muy dentro, escondida, furtiva, larvada, como un cancer que le iba royendo el alma toda la vida.
-No los has pasado bien esta noche?
-Sabes por qué hemos follado?
-Dímelo tú.
-Simplemente porque estabas ahí.
-Tu y yo sabemos que no eres tan duro.
-Me gustas mucho, pero no salgo con ladronas.
-Detrás de ese cabrón con pintas que te has inventado hay un buen hombre. Yo he sido siempre una mujer mimada y consentida por unos cuantos hijos de puta que han visto en mi a la mujer de su vida.
-Siempre amáis a los hijos de puta.
-Perdí la virginidad a los quince años. Cuando escapé a Nueva York sólo quería ser la mujer de un millonario. Luego conocí a unos cuantos.
-Y te los follaste a todos.
-Eres un hijo de puta.
-Sí, pero tu ya no eres la mujer de mi vida.

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