sábado, 1 de agosto de 2009

Las palabras del panadero


La última vez que escribí era lunes. Después cerré los ojos y me sumí en un letargo. Los hombres sin corazón pueden hibernar. Permanecer fríos como un lagarto. Ya han pasado cinco días. Durante todo ese tiempo traté de olvidar a Ava. Pensé que dormir sería una buena forma de enterrar su recuerdo. Me equivoqué. Sólo conseguí convertirlo en una pesadilla.
Cuando abrí los ojos ya era sabado y llovía. Llovía mansamente y era como si aquel orvallo hubiera borrado de la ciudad todos sus crímenes. En plena espesura de mi sueño, en el crisol donde todos los valores quedan reducidos, apareció Henry, con sus gafas, su sombrero y su gabardina. Me lo encontré en la calle, apoyado sobre la pared de un café. Me invitó a una copa. Quería hablar de libros, de mujeres, de vino.
-Mi único consuelo es que Cervantes, Rousseau y Proust no eran más jóvenes que yo cuando empezaron a escribir.
Henry se sentía perseguido por la edad. Vagabundeaba por Clichy, como un perro viejo, sucio y sarnoso que sólo ansía escribir. Siempre me gustó Henry. Era capaz de pasarse una tarde en el café emborronando páginas y páginas de un modo irritante, silencioso y compulsivo. Cuando dejaba de escribir, bebía del mismo modo hasta que el alcohol y el hash lograban borrar las pupilas de sus ojos.
El estilo de Henry era lo más parecido al jazz. No se conocieron, pero estoy seguro de que John Coltraine hubiera sido un gran amigo para él. Nada de lo que escribía tenía orden porque todo lo que escribía apuntaba a veinticinco direcciones distintas. Cuando leí Sexus, tuve la impresión de estar escuchando A love supreme. Todo pasaba a través de Henry como una locomotora que te arrastraba hacia el abismo.
-Debes ser el único hombre en arriesgarlo todo para decirlo todo. No debe haber límites.
-¿Cómo demonios quieres que escriba si no soy capaz de saber lo que haré dentro de media hora?
-Escribe sin saber para qué.
Miller era lo más parecido a un loco capaz de encontrar diamantes en un mojón de mierda. Era lo más parecido a un panadero. Porque escribir era meter las manos en la masa, mancharse de harina y dedicarle a todo eso las mejores horas de la vida.
-Tu problema es que estás enamorado. Mala cosa, muchacho. No se puede ser un romántico el lunes y un hijo de puta el sábado. Si quieres hablar del amor deberás ser un cabrón toda la semana, pasarte una larga temporada con la picha tiesa.
Sus palabras surgían de un modo involuntario. Todo estaba allí. Bastaba que abriera la boca para que todo saliera por su propio impulso.
-Los niños no escriben porque son inocentes. Tu y yo lo intentamos porque somos culpables. Has empezado este diario para encontrar tu corazón, pero yo creo que realmente lo haces para expulsar el veneno que llevas dentro.
-Yo no sé si la literatura es un exorcismo.
-Es algo mucho peor. Es la mejor forma de envenenar el mundo. Pero no te engañes. Nadie necesitaría escribir si tuviera la valentía de vivir a la altura de lo que cree. En realidad, somos bastante cobardes.

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