viernes, 4 de diciembre de 2009

Tino Vetusta


Dice Cioran que el hombre es un tipo impresentable. Con esta frase, el escritor rumano firma una enmienda a la totalidad del Universo, expresando sin pudor el rubor que produce la existencia. Pero también encontramos ese mismo rubor en Quevedo. Contra el lenguaje apergaminado del imperio, contra la costumbre chabacana de vivir, entonces y ahora, surge el idioma de Quevedo, que lo pone todo patas arriba, como si se tratara de un escritor nuevo. En la prosa y las sátiras de don Francisco descubrimos que el hombre también es un impresentable, pero alcanza una visión más íntima de las cosas cuando asegura ser «un fui y un será y un es cansado». Este cansancio de ser anuncia todo el existencialismo europeo. Es el intimismo triste de un castellano adelantado a cuatro siglos.
Mi viejo amigo Tino Vetusta está cansado y se va a Madrid. Gijón se ha convertido en un capítulo de su vida demasiado conocido, cruelmente repetido, un tiempo angustiosamente exasperado, que reclama su fin. Quizá poner tierra de por medio es la mejor opción cuando uno se siente un fui, un será y un es cansado. Pienso que cuando uno frisa los sesenta años de edad inicia una especie de meditación de su tiempo interior, una revisión equivocada y resplandeciente de todo aquello que fue y que el presente convierte irrevocablemente en pólvora mojada.
Pero ese tiempo interior de Tino Vetusta es una acumulación gloriosa de libros y sobre cualquiera de ellos está el sentido existencial que nos ofrece Quevedo de la vida. «El hombre son presentes sucesiones de difuntos», dice el poeta. Me asegura Tino que su pose, su vida, su librería y su mundo no fueron realmente comprendidos. La máscara que se inventó, los múltiples y provocadores hombres que han sido Tino Vetusta no sirvieron para que la calle penetrara en su librería.
Detenido ante el escaparate de su «cueva», pienso que Tino ha ido acumulando todos los libros que murieron y que nadie enterró, múltiples presentes, sucesiones de difuntos que todavía se están yendo con el secreto de la vida. Vetusta es el dandy que murió abandonado en una esquina, un esteta, un sentimental, un hedonista y un escéptico que jamás perdió cierta verticalidad de temperamento, inspirada de cerca o de lejos en el marqués de Bradomín.
Para Vestusta, la vida es el tiempo que nos queda. Somos el tiempo que nos queda, dice el poeta Caballero Bonald. El gaditano, otro militante de Quevedo, se pregunta cómo evitar el simulacro de la vida, cómo vivir sin desvivirnos. Quizá haya que desvivirse constantemente para no morir en el olvido. Demasiado tiempo acumulado en esa librería para no darse cuenta de que ya se había convertido en un panteón. Es mejor partir a otros mundos, a otras ciudades, a la busca de nuevas aventuras, pretendiendo al que fue, al que será y al que es y consagrándose a la necesidad vital de existir.

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